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​El blog de Iter Vitis

Territorialización y cultura del vino

22/2/2022

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El territorio se plantea en los últimos tiempos como una estrategia fundamental en los procesos de desarrollo rural. Un concepto que ha ido evolucionando desde una idea basada en un componente muy vinculado al espacio, a un planteamiento mucho más amplio en el que se integran conceptos como identidad, paisaje, dimensión social, producción local y valor de marca territorial.
​Agudo Torrico (1996) nos ofrece una interesante conceptualización del territorio: “El concepto de territorio, de espacio humanizado, lo utilizamos en su acepción ecológico cultural; es decir, no nos interesa tanto la pretendida lógica geográfica, como su percepción de espacio cultural en lo que es, de forma complementaria a su aprovechamiento económico, su conversión en un factor clave de gestación de los procesos identitarios de quienes lo habitan y utilizan. Proceso de identificación simbólica que dota a cada territorio específico de una personalidad, hasta el punto de hacer del derecho al mismo una razón colectiva al margen de los intereses particulares” (Citado por Lozano y Gómez, [2011], p. 4).

Sin duda los territorios con vocación vitivinícola participan de forma muy evidente de este concepto de territorio. Un espacio que en buena medida se define por su vocación productiva y por la cultura y forma de vida que esta ocupación genera en los territorios afectados. Territorios todos ellos muy diversos en función de las diferentes características de la producción y elaboración condicionados por las características geográficas y por la evolución histórica de su desarrollo, así como por la repercusión del cultivo en la realidad del territorio.

De esta manera nos encontramos ante un ejemplo claro donde poder poner en marcha estas estrategias de territorialización, con todo lo que implican de participación, pacto social, empoderamiento de las comunidades locales y gestión compartida y solidaria. Y la construcción de narrativas, un aspecto que es fundamental en este tipo de estrategias. Construir un discurso común en base al espacio, su historia y su cultura que sirva de factor de cohesión social, que permita diferenciar el espacio y su producción y que genera valor añadido tanto a los productos como a los territorios en su faceta de destinos turísticos.

A pesar de la idoneidad de estas estrategias de territorialización desde el punto de vista del desarrollo local, la realidad nos demuestra que, en la práctica, no se aplican demasiado. Al final no encontramos demasiados ejemplos claros en los que esta metodología de aplique con rigor. Pero tenemos una gran oportunidad a la hora de, en los territorios del vino de hacer una clara apuesta por implantar este método de trabajo. Y debemos hacerlo antes que sea demasiado tarde.  Transmitir todo lo que representa la cultura del vino, nuestro rico y variado patrimonio tanto material como inmaterial y la singularidad e identidad de nuestros territorios y nuestros productos generará ese valor añadido necesario. Más en un momento en el que cada vez un mayor porcentaje de la población valora y busca este tipo de cuestiones.

Debemos hacer las cosas bien, apostar por los pequeños productores, los que cuidan con mimo y esmero nuestros viñedos y apuestan por vinos de calidad, los que respetan el entorno y el medio ambiente y apuestan por producciones sostenibles y equilibradas, los que velan por nuestro paisaje. Los que, en definitiva, mantienen una apuesta clara con el desarrollo sostenible. Estamos viendo que cada vez es más frecuente toparnos con agresiones a estos paisajes y a estas formas de vida. Que cada día es más complicado garantizar la viabilidad de las pequeñas explotaciones.  Y que grandes grupos y corporaciones acaparan mercado, producto y, últimamente además, tierra.

Hay que ser conscientes que, en la cadena agroalimentaria imperante, el productor ha pasado a ocupar un segundo plano y que la gran distribución es la que maneja e  impone su criterio (y sus condiciones) al resto de los sectores (productor y elaborador). Pero tenemos que explorar otras vías y construir un futuro para nuestros territorios rurales que revierta o palíe esta situación a partir de la diferenciación y de la transmisión de los valores de nuestro entorno.
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Estas estrategias de territorialización pueden ofrecernos interesantes herramientas para favorecer el trabajo que tenemos por delante. Es cuestión de ponerse manos a la obra.
 
Julio Grande
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